De cuentos en Letonia 2
04/05/2013 - blog
Segunda entrega de mi paso por Letonia.
27 de Abril
Es un día lluvioso, pero maravilla de maravillas, después de desayunar, la lluvia para, y nos dirigimos al lugar donde se celebra el festival, cerca del río, por supuesto. En el parque han montado un gran escenario rodeado de puestos donde se venden productos artesanales.
Todo el mundo echa una mano: unos traen bancos y mesas, otros acarrean leña, otros abren un pequeño toldo por si la lluvia vuelve… Pero parece que no, las nubes pasan realmente de largo.
Ina Celitāne, directora del Centro Cultural Kūrava, también está ahí. Corre ajetreada de arriba abajo, echando una mano donde hace falta, pero en cuanto nos ve, nos recibe calurosamente y nos muestra a Jaak y a mí el gran edificio. Las mujeres vienen aquí a tejer las faldas tradicionales: veo telares, cestas de costura… Nos lleva a una sala enorme con muy buena acústica para conciertos y bailes, pero el techo pide urgentemente una restauración. «La idea es recuperar el espacio para el pueblo», nos comenta.
Y parece que la gente se lo ha tomado en serio: la casa debe restaurarse, sí, pero han encendido las estufas, en la cocina los ingredientes para la sopa ya están listos, y en una de las salas encontramos a un grupo de jóvenes ensayando una canción. Por la noche se reunirán aquí, al amor de la lumbre, y tocarán en una sesión improvisada donde participarán grupos de música de la región. «Si queréis venir, estáis invitados!»
Salimos fuera y vemos como un grupo de pescadores rodean a un hombre con una balanza de mano: es el encargado de pesar la pesca para ver quién es el ganador. Me pregunto si aquí también habrá dichos sobre los pescadores que dicen haber pescado un pez enorme que nadie ha visto nunca. Jaak sonríe y me dice que en Estonia no solo tienen un dicho, sino también una canción.
Guntis nos da media horita para pasear por la feria antes de ir a contar en el escenario principal. Paseamos con Jaak entre los puestos: quesos, miel, jabón, hierbas medicinales, pescados ahumados… Jaak me habla de la gastronomía de su país, de los puntos en común con la comida letona, de lo deliciosa que es la anguila ahumada… «Deberías probarla», dice. No estoy muy convencida: mi abuelo pescaba anguilas, pero recuerdo que no me gustaba nada el aspecto de aquellos peces recién pescados, eran como pequeñas serpientes que me miraban con bocas llenas de dientes rabiosos y ojos saltones. Miramos el reloj y ya es la hora, así que vamos a reunirnos con el resto de narradores: la anguila tendrá que esperar.
En el centro del parque han montado un gran escenario donde la gente podrá disfrutar de música, danzas… y cuentos. La feria está llena de gente paseando a pesar del frío, y agradezco enormemente poder contar con el manto que me ha prestado Mara. Por suerte, sigue sin llover. Cuando llega mi turno, cuento la sopa de piedra y en lugar de carne, le añado pescado fresco del río Venta, a la usanza del lugar. Es divertido ver como la gente va repitiendo hipnóticamente los sonidos clong-shhh-chikchikchik-chaschas-plof…
Después de contar se anima a la gente para que acuda a la orilla del río, detrás del Centro Cultural Kūrava. Es un buen lugar, lejos del bullicio de la feria y a resguardo del viento, dos detalles importantes, y me alegro de ver cómo los organizadores han pensado en cosas que a veces los gestores culturales ni siquiera se plantean. Y además… ¡premio! El sol sale y la temperatura es bastante agradable.
Volvemos allí y sobre el fuego ya humea el caldero para la sopa. Līga Reitere, narradora del Museo Amatu māja de Ventspils, está en plena faena, nos va explicando todos los pasos para hacer la sopa y va aderezando la explicación con sus historias. Su modo de hablar me llama mucho la atención, y además, está ahí contando, tan natural, mientras revuelve la sopa, le añade un toque de sal, trae de acá para allá el pescado… Agata me comenta que habla un dialecto muy marcado, y me hace gracia ver que esa diferencia dialectal es un atractivo más a la hora de contar.
Aquí en Kurzeme el dialecto está mucho más olvidado que en la región de Latgale, de donde procede Līga. La gente de Kurzeme sólo emplea el dialecto para bromear. Esto me hace pensar en el proyecto de narración Mercat de Veus (Mercado de Voces) que tenemos en las bibliotecas de Barcelona, en el que cada narrador narra en su variante regional de catalán para que los niños puedan disfrutar de la riqueza de su idioma; resulta interesante ver un fenómeno similar desde otra perspectiva.
Los narradores se van turnando delante de la olla humeante y van circulando las historias: las hay de todo tipo, muchas son de risa, de tipo costumbrista, cosas que han pasado por la zona, leyendas urbanas, chistes, anécdotas…


La gente va y viene, cuenta, come un tazón de sopa, y al igual que en el cuento, hay para todo el que quiera. Liesma y Ārija ejercen de mamás y se encargan de traerme otro plato de sopa.
Podemos ir a visitar la feria otra vez si queremos, a las cuatro ya tocará ponernos en camino rumbo a Kandava. Voy a visitar el puente y me como un caramelo que me regaló Davis, el hijo de Agata, con la imagen de este mismo puente en el envoltorio. Hace sol y las nubes pasan de largo. Es mi despedida de Kuldigā.
A la hora de la despedida, Ina nos abraza, nos pone un delantal a Jaak y a mí y nos dice: «Ya sois parte de la familia». Abrazos, despedidas… subimos en el coche y ponemos rumbo a Kandava. Bosques, prados, una casita aquí y allá. El paisaje es muy llano, como mi Empordà natal, pero allí no tenemos estos bosques. La primavera se está haciendo de rogar, pero ya empieza a pintarse todo de verde
Vamos bien de tiempo y Guntis hace un alto para mostrarnos las cascadas de Renda, y también una curiosa exposición de muñecas, una iniciativa muy curiosa de una familia de Sabile. Allí podemos ver objetos del pasado, como una antigua lavadora «Riga». «¡Todo el mundo tenía una de estas en casa!», exclama Jaak.
Llegamos al Museo de Kandava, que además de salas de exposiciones, también es la sede de diferentes grupos sociales y un centro de artesanía. Después de ofrecernos un delicioso té de bellota con pastas, empezamos con los cuentos. Parece el lugar propicio para El niño que dibujaba gatos, un cuento japonés sobre el alma del artista, con toques de cuento de miedo, muy del gusto letón. En realidad, creo que esta historia japonesa podría suceder en algún lugar de Letonia. Luego Ārija se las ingenia para hacernos moler café con gestos: me encanta su estilo desenfadado, siempre acaba revolucionándonos a todos. Y Ausma cuenta un cuento muy hermoso en el que imita un pájaro empleando un mimologismo, tal como mi querido tándem de narración Ignasi Potrony acostumbra a hacer en Barcelona; creo que le encantará saberlo. Más puntos en común.
Después de los cuentos visitamos la exposición de pintura y de cine (en esta zona se rodaron algunas famosas películas durante el período soviético) y acabamos bailando bailes tradicionales. Al final subimos al taller de artesanía y comemos unas deliciosas gachas aderezadas con panceta. « ¿La bruja de los cuentos no va a venir?», pregunto, pues me he quedado con las ganas de hablar con ella: me había llamado la atención su apasionada forma de narrar y como conseguía mantener a todos los niños fascinados con sus historias. «No, no va a venir, nosotros iremos a verla a su casa». La perspectiva de visitar a una bruja en su casa es aún más fascinante.
Nos despedimos de todos, Guntis, Jaak, Ausma y yo nos dirigimos a Tukums. Cerca de allí, en un lugar apartado se encuentra la casa de Ivita, conocida como Pasaku Ragana, “la bruja de los cuentos”. Ivita ha creado un lugar original y maravilloso donde pequeños y grandes acuden a escuchar historias. Por las paredes cuelgan hierbas medicinales, en la estantería se amontonan libros de todo tipo, marionetas, muñecos y talismanes. En una pared están los tipos de cuentos que puedes elegir, y la bruja propone pequeños juegos hechos con ramas y cuerdas, y recibe a los visitantes en una sala amplia y llena de cojines, muy acogedora. En un lugar así da ganas de sentarse a escuchar historias.
La bruja Ivita es una bruja buena. Nada más entrar nos invita a sonreír al espejo de la entrada, para dejar fuera los malos espíritus, y luego nos ofrece un té. Su marido Kārlis hace de traductor y empezamos una conversación memorable. Me habla sobre cómo prepara a la gente para la escucha, sobre su modo de ver los cuentos tradicionales… Ha desarrollado una forma muy creativa de trabajar con los niños y me encanta el universo que ha creado a su alrededor para facilitar a la gente la entrada al mundo de lo maravilloso, algo que suele resultarles más difícil a los adultos que a los niños. Soy incapaz de resumir todo lo que llegamos a hablar, desde la importancia de crear un espacio donde sea propicia la escucha, hasta el poder y el potencial de los cuentos tradicionales, nuestras formas de ver y sentir los cuentos, la tarea imposible de clasificar lo inclasificable llevada a cabo por los folkloristas… Hablamos y hablamos, y descubrimos que compartimos un lenguaje común: el de las personas que aman las historias. Ivita nos da a cada uno un talismán de madera de enebro, para librarse de la energía negativa. «Hay que guardarlo durante un año y luego quemarlo », nos aconseja la bruja.
Nos vamos no sin antes curiosear por la casa, que está llena de detalles misteriosos. Y contemplamos el guardarropa de la bruja, con sus trajes de creativos diseños. Es una lástima que viva a más de 3.000 kilómetros de distancia; me encantaría poder visitarla de vez en cuando, tomar un té con ella, escuchar cuentos, y que la iglesia murmure de nosotras… Por suerte, es una bruja moderna: está traduciendo al inglés su blog y pronto podré chatear con ella desde España.
Tomamos de nuevo la carretera, ya en dirección a Riga. Ya ha anochecido y es tarde, pero Guntis dice: «Ahora, al Museo de los Cuentos». «Son más de las diez, el museo ya estará cerrado», comento. Pero Ausma sonríe con picardía y me muestra una llave: «Bueno, yo puedo abrirlo.» Resulta que Ausma es la encargada del Museo de los Cuentos, así que… ¡Nos abren el museo a Jaak y a mí!! Increíble. Esto solo pasa en los cuentos… Y me siento afortunada.
El museo está en el edificio de una antigua escuela rural, la Lancenieku skola, en la parroquia de Džūkste, donde trabajó Anss Lerhis-Puškaitis, un antepasado de Guntis que se dedicó a recopilar un montón de cuentos populares: más de 6.000 textos en 7 volúmenes (1891-1903). Detrás del panel explicativo de la entrada, donde se expone una biografía del folklorista… ¡tachán! aparece un teatro de títeres, y en el centro del antiguo dormitorio de los niños han colocado un árbol mágico.
Es un museo lleno de sorpresas, el lugar perfecto para contar cuentos de noche. Me imagino a los niños en sus camas, contando cuentos de miedo a oscuras, escondiendo sus cabezas bajo las mantas. Muchos de los propios niños ayudaron a recopilar cuentos de sus familias, aunque en aquella época no se les daba mucho valor como informantes. En la actualidad esta perspectiva ha cambiado, pues en muchas regiones de África los niños han demostrado ser unos fantásticos narradores. En otra sala descubro unas maravillosas ilustraciones de Kurbads, el héroe del cuento letón más largo que se conoce, el cual se enfrenta a demonios de diez cabezas, dragones y otras bestias fantásticas. Me encantaría poder contar las hazañas de Kurbads a mi regreso, seguro que a los niños de mi país les encantaría. Lo pondré en mi lista de deseos.
Ahora ya es hora de volver a Riga. Llegamos a medianoche y me despido de Jaak, mi querido jutumees, que va a tomar el autobús, en unas horas ya estará en casa. Prometo visitarlo si voy a Estonia y probar la anguila ahumada. Ojalá volvamos a coincidir en algún lugar del mundo de los cuentos. Hoy tengo la sensación de que todo es posible. Vamos a ver qué me depara el futuro.
Gracias por compartir este fantástico viaje, con tu narración nos has trasladado un poco allá.
Mmmm hasta me parece que probé un poco de sopa…
http://www.draugiem.lv/ventspils.biblioteka/gallery/?aid=46893397
http://galinciemabiblioteka.blogspot.com/2013/04/galinciema-bibliotekas-stastnieces.html
Sveiki 🙂
Gracias, me alegro que el aroma de la sopa llegara hasta aquí. ¡Hasta pronto! Abrazos