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De cuentos en Mexico

27/05/2014 - bloc

Hay lugares en los que de inmediato me siento como en casa, como si de algún modo ya hubiera pasado por allí quien sabe cuándo. Esto es lo que me ha sucedido en México. Aterricé hace apenas una semana y ya me parece llevar aquí semanas, meses, tantas son las experiencias acumuladas estos días. El encuentro con otras maneras de contar y escuchar los cuentos, las experiencias de vida de todos los cuenteros con los que he tenido la fortuna de compartir el aquí y el ahora estos días van encajando piezas, zurciendo tejidos, despertando conexiones y sincronías.

El ritmo de trabajo ha sido trepidante: 87 sesiones de cuentos en una semana en equipos formados por los 30 cuenteros, entre locales y visitantes, reunidos en la ciudad de Celaya. Parecen palabras mayores, sí,  pero ha sido bien llevadero gracias a un fabuloso equipo humano que nos ha arropado y nos ha hecho sentir como en casa.

Se hace difícil abarcar todo lo que está sucediendo estos días, así que intentare haceros un resumen de lo que ha sido este festival, poco a poco, cuando el tiempo me lo permita.

Sábado 17 – Domingo 18 de mayo

Aterrizo en DF a las siete de la tarde, y después de un buen rato esperando las maletas, al salir ya me está esperando una representante del festival, Jackie, que me acompaña en autobús hasta Celaya. Es un viaje de unas tres horas, pero el autobús es tan cómodo que consigo dormir un rato, algo que no he conseguido en 10 horas de vuelo transatlántico. Llegamos a Celaya pasada la medianoche, y me voy derechita al hotel, mi primera noche en México duermo profundamente. A la mañana siguiente, al bajar a desayunar, miro a mi alrededor, veo sonrisas y pronto acabo sentada a la mesa con otros cuenteros frente a un buen desayuno: huevos rancheros, divorciados, a la mexicana, revueltos… Nunca había visto tantas formas diferentes de prepararlos. Y hasta a eso le encontramos el chiste, la historia.

Después del desayuno visitamos el taller de platería de Efraín Zana. Es un taller sencillo, de donde salen verdaderas maravillas, y podemos asistir al proceso de elaboración de una pieza: vemos como se funden trocitos de plata en un pequeño horno, y como después de la laboriosa preparación del molde, Efraín, de un solo gesto, vacía la plata en el molde, y al poco ya extrae de allí una sola pieza de plata que habrá que pulir y decorar. Los trocitos sobrantes de plata vuelven a reunirse para fundirse de nuevo y formar nuevas piezas de plata. Se me antoja que sucede igual con los cuentos, cada cual puede volver a unir los pedacitos de cada cuento y formar una nueva forma con ellos. Los diseños de orfebrería de Efraín beben de la tradición del trabajo en plata de Celaya pero dan un paso más allá incorporando motivos pertenecientes a los mitos y leyendas de las comunidades de la región, y ahí nos la pasamos bien a gusto hablando de tradición, identidad, innovación, renovación…

Visitamos también el centro cultural de la villa de la mano de Laura Casillas, el alma del festival: el Palacio de la Presidencia, con hermosos murales de pintura metamórfica de Octavio Ocampo,  la catedral, la bola del agua de Celaya, el emblema de la ciudad…

Tras esta visita seguimos conversando hasta que nos sirven la comida, y es que esa es la única forma de hacer callar a una tribu de cuenteros, con un delicioso platillo, y de eso saben mucho acá en México.

Por la tarde nos dirigimos a la Plaza Central de Celaya para iniciar la gala. La plaza ya está repleta de gente dispuesta a escuchar. Es el primer día que contamos, y el único en que podremos escucharnos a todos, de conocer el arte de cada uno, su modo de transmitir los cuentos. Me conmueve la escucha atenta del público, y me alegra ver como reciben con ganas y cariño los cuentos, como responden a los juegos, a los coros, a las canciones… Les regalo el cuento de La gallina negra, y ellos me obsequian con un ¡ohhh! de asombro cuando sucede la maravilla. Nunca me había ocurrido, otro detalle más que se añade al cuento en su viaje por el mundo. Disfruto de esa escucha atenta, pues ellos han venido a escuchar a los cuentos, pero yo he venido a escucharlos a ellos, uno de los mayores placeres de este maravilloso oficio.

Ya anochece cuando dejamos la plaza, una brisa fresca hace ondear faldas, cabellos y cuentos.

Y después de contar, durante la cena, nos seguimos contando, e intercambiamos cuentos, cantos, vivencias, como niños que intercambian cromos o estampitas.

A los postres, nos reparten el programa de la semana: a partir del lunes nos distribuiremos en grupos de 3 o 4 cuenteros y recorreremos escuelas, parroquias, plazas, asilos… para hacer llegar los cuentos a todos los rincones de Celaya y otros pueblos y ciudades de Guanajuato. Nos comentan con detalle cada lugar, su gente, su entorno, para poder dar lo mejor de nosotros en cada contada.

Y una vez organizados, después de ovacionar a la fantástica chef que ha conseguido acallar por segunda vez la plática de los cuenteros, nos vamos a dormir.

Y hoy mi historia camina hasta aquí. Mañana, más…

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